Los santiagueños integran una comunidad perfectamente diferenciada, dentro del panorama espiritual de lo argentino; diferenciación que lleva a erigirlo en un tipo característico con particularidades propias. En efecto, el santiagueño tiene una manera de ser muy peculiar, dentro del conglomerado nacional. Parece resignado, como cubierto de un halo fatalista; dejado, mustio, como falto de iniciativa, y, en algunos casos, hasta algo desprovisto de virilidad y enjundia; tristón, sufrido, como golpeado o vencido. Pero qué diferente es cuando se lo conoce a fondo, cuando se lo ve por dentro, ya que el santiagueño es tenaz, aguerrido, valiente, noble, generoso, leal y sobre todo, muy alegre y feliz de sentirse y saberse integrado en su propia tierra, en un paisaje que, por momentos resulta agreste, hostil y salvaje.
Tiene el santiagueño su cocina propia y tradicional: locro, mazamorra, charqui, chanfaina, tamal, arrope, añapa, aloja, rosquete, chipaco, bolanchao, etc. Y también, como influencia de la cocina española, la empanada que se ha convertido en comida distintiva de todos los hogares santiagueños. Hasta tal punto llega la importancia de la empanada en la región santiagueña, que no se concibe una reunión popular en la que no haya empanadas. Las empanadas y el locro, como así también el asado, son platos irremplazables, apetecibles y muy prestigiosos en la cocina santiagueña. Los siguen en orden de preferencias, los tamales que aquí se llaman así, pero en otras zonas del noroeste argentino se conocen como humita o humita en chala. Para los santiagueños el tamal y la humita son cosas bien diferentes.
El santiagueño tiene también su propia industria, de la que son muestra los tejidos en telar rústico, como colchas o cobijas, ponchos, etc. los trabajos de alfarería, los tejidos de palma y de chaguar; los trenzados de cuero y otros trabajos hechos de este material; muebles y otros elementos hechos de madera regional; especialmente de algarrobo.
Aunque en Santiago se canta y se baila de todo, lo que es primordialmente tradicional, típico y autóctono, es la chacarera que, con su ritmo alegre y picarón, trasunta el verdadero espíritu del santiagueño; al igual que la zamba, ritmo suave por medio del cual se expresa el amor y la nostalgia, nostalgia que se torna lastimera en la vidala, que se entona acompañada solamente por la caja, instrumento mas chico que el bombo y que, como éste, es fabricado en la región y llevado a todos los puntos del país.
La idiosincrasia del santiagueño es evidente, propia, peculiar, pues hasta tiene una lengua que, por su tonada y sus particularidades idiomáticas, se identifica fácilmente en el conglomerado nacional... y hasta en el regional. Hasta los niños santiagueños - nuestros changuitos - tienen, además de los juegos conocidos en otras partes, sus propios juegos, como la pallana, la chigua, el chumuco, el yuto, etc. Para remarcar aún más las particularidades distintivas del santiagueño, mencionaremos dos aspectos propios y característicos de la comunidad social: la celebración de los carnavales, en las tradicionales y originales trincheras y los reza-bailes o velatorios del angelito, combinación extraña de antiguas supersticiones indígenas y de creencias traídas por el cristianismo.
Dentro del panorama social y cultural de la Argentina, el santiagueño configura un tipo que es expresión cabal de lo indo-hispánico, es decir, lo auténticamente americano, y destaca una realidad de importancia, puesto que tiene sus propias leyendas, como las de La Telesita, del Kacuy, del Sachayoj, del Ckaparilo, etc.
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